Dos barras articulan el local, la principal está tratada como una plataforma-mesa, compartida por público y camareros.
Todo el local se organiza a partir de un eje de circulación insinuado en mármol gris portugués. En su recorrido, el eje cruza un breve puente de cristal y luz. La estancia desciende hasta la pista mediante tres amplios escalones y, como remate final, se coloca un muro-pecera en tres piezas. Tras él, dos cajas de acero y cristal traslúcido albergan los aseos. De este modo el local se extiende por encima de los aseos sin reducir sus dimensiones.
La segunda barra y la cabina utilizan un lenguaje mimético y se camuflan en las esquinas. Un botellero-pared ordena el local en su zona más irregular.
La fachada existente de mampostería resaltada no ofrecía grandes posibilidades de transformación por lo que la intervención se ciñó exclusivamente al acceso, asomando al exterior el muestrario de materiales utilizado en el interior.